Enemigo público

De diciembre siempre me ha gustado la comida -sobre todo las hallacas- y el compartir con los seres que quiero, los que quiero, los que quiero. Hago énfasis que son los que yo quiero porque los que más detesto de diciembre son los intercambios, que suelen ser con cualquiera.

El amigo o santa secreto es la peor invención del ser humano. Hitler debió ser el primero en promover tan absurda idea.

El meollo está en que siempre me regala la persona más tacaña. Es una regla fija en el universo. Mientras los demás reciben chucherías todos los días, yo apenas puedo soñar con un chicle bolibomba sin empaque.

Ni qué decir de los topes de dinero para regalar. Sin importar la cantidad, será mucho para el obrero y poco para el gerente. Aunque los hay absurdos. El año pasado me dijeron algo así:

-Toma un nombre para que sepa a quién le vas a regalar
-No, gracias, a mí no me gusta el amigo secreto
-Pues no tienes opción, ya te metimos y alguien agarró tu nombre
-Bien, déjame ver... -dije con resignación mientras tomaba un papel arrugado- Me tocó Carlitos, ¿quién es ese?
-Es un nuevo trabajador
-No lo conozco
-Porque no ha comenzado a trabajar todavía. Entra en dos semanas
-¿Y cuándo es el intercambio?
-En dos semanas
-Debe ser un chiste
-No, no lo es. Tú siempre andas haciendo bromas
-¿Hay un tope de dinero?
-Sí, veinte mil bolívares
-¿Veinte? ¿Dijiste veinte?
-Sí
-¿Has oído hablar de la inflación? No se puede comprar nada con eso
-Pero usa la imaginación
¿Qué se supone que voy a hacer? ¿Tomar un sobre y meter un billete de veinte mil adentro?
-Claro, cómo no se me ocurrió

Entonces, salí de compras. Pero cómo comprarle a alguien que no conoces. Sólo sabía que era un caballero, así que consulté con mis amistades y me recomendaron un bolígrafo. Me pareció una buena idea y me detuve en una papelería.

Frente al mostrador, tenía una sola opción: comprar diez Kilométricos plus. El valor era veinte mil exactos. Pero me pareció un poco avaro de mi parte, así que compré un lapicero más decente, de cuarenta mil. Costaba el doble, pero era mejor que el sobre con el billete adentro.

Ya el día del intercambio, di el bolígrafo. Cuando me tocó recibir mi regalo, sonreí de manera diplomática y abrí el presente: una franela que, honestamente, no podía costar más de diez mil. ¡Le quedó vuelto a mi amigo secreto! Puse mi cara de falsa felicidad y me alegré, porque me hacía falta un coleto en mi casa.

Ese es otro detalle de diciembre, pasas de tener un amigo secreto a un enemigo público.

Enviado originalmente el 1° de diciembre de 2oo8

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