Êducâtor

El fin de semana estuve conversando con unos ex alumnos y constaté algo que ya sabía: no soy la mejor persona para enseñar nada a nadie. Para ellos nunca fui un ejemplo a seguir. Lo sabía muy bien y no hice nada, porque tampoco quise serlo.

Esa idea de ser el profesor que les enseña las cosas buenas de la vida y les da moralejas constantes a sus pupilos, como que no combinaba conmigo. Eso le va bien a Michelle Pfeiffer, quien se enfrentó a verdaderos malhechores y los dejó mansitos.

Ahora, yo no pasé por eso. Si mis alumnos tenían un tornillo medio suelto yo les aflojaba los demás. Aquí te dejo unos ejemplos para que veas que no todo era culpa de ellos:

1. Siempre fui democrático. Cuando un alumno dijo "Sabes, esa idea que diste para el periódico mural no me gustó, deberíamos cambiar de tema", yo respondí "O podríamos seguir con el tema que yo escogí"

2. Fui flexible. Si alguno me decía que no había hecho el trabajo, por cualquier excusa, y que quería entregarlo después, mi frase para esos casos era "Claro, no hay problema. Entrégalo el próximo semestre"

3. Noté que es necesario darles un espaldarazo de vez en cuando. En caso de que alguien me preguntaba cómo había salido en una evaluación, los alegraba cuando les decía -sin importar la nota- "Tú estás mal. Vas a repetir la materia"

4. Impulsé a mis alumnos a ser mejores. Cuando una muchacha me preguntó qué podía hacer para tomar mejores fotos, transformé mi dulzura natural en palabras "Tendrías que nacer de nuevo", sentencié.

5. Tomaba los informes con amor. Apenas me entregaban una carpeta, les preguntaba con mucha seriedad y un poco de asco "¿A ti no te da vergüenza darme esto así?" Sólo por ver el terror que se les dibujaba en la cara.

Alumnos. Víctimas de mis malos chistes. Me divertí mucho a costa de ellos. Si alguno termina reinaugurando el psiquiátrico de Bárbula, puede ser que la culpa sea mía.

Publicado el o8 de septiembre de 2oo9