Eso en mi garganta no es un nudo

Yo siempre he creído que soy invencible, algo así como Superman. Ya soy periodista y uso lentes de pasta, sólo me falta la habilidad de volar. Eso es lo que siempre pienso, hasta que me enfermo.

En estos días, después de una cena ligera (un pancito acompañado de una carnita de parrillita, unos choricitos y un vasito de coca colita) sentí que me había caído mal la comida. No le presté atención a mi estómago. Eso fue hasta que en la madrugada me desperté con esa sensación en la garganta que te avisa que la comida va de retorno.

Inútilmente le rogué al contenido de mi estómago. ¡Quédate adentro! ¡Quédate adentro!, le dije. Pero nada, la comida a medio procesar venía en camino. Sólo podía correr para el baño. Después de colocar la comida en el exterior (bonito eufemismo, ¿no?) me acosté para tratar de conciliar el sueño. Pero mi estómago tenía otros planes.

Media hora después, puse en el baño más de lo que alguna vez había comido. Entonces me di cuenta de un detalle: cuando vomitaba, el olor del vómito me provocaba náuseas, así que vomitar era algo interminable. Mi estómago se vaciaba. Y cada vez lo único que podía pensar es ¡cómo odio vomitar!

Cuando a las 8 de la mañana boté la bilis me sentí emocionado. Después de una madrugada infernal mi cuerpo ya no tenía nada más que vomitar. Pero con aquello que mi cuerpo debió digerir, también se fueron mis fuerzas.

Cuando uno tiene sueño, la gente no piensa "¡Oye, seguramente tuvo mala noche!" No, la gente lo que piensa es "Así habrá estado tomando" Por eso, antes de una reunión nadie me preguntó "¿Estás enfermo?", sino "¿Estuvo buena la fiesta?" Mi boca, sin fuerza para hablar, apenas logró articular "No exactamente"

En medio de la reunión, mi garganta me anunció el resultado de su más reciente deliberación: iba a vomitar la malta que me tomé. Intenté disuadirla dándole Sporade. Entonces, vomité la malta con el Sporade. Lo hice en el estacionamiento del centro comercial. Me limpié la nariz y seguí caminando.

Cuando alguien ve a otro vomitando en un centro comercial no piensa "¡Pobre, debe estar enfermo, voy a ayudarlo!" No, la gente piensa "¡Así andará de borracho. Y ni me acerco porque capaz y me vomita encima!"

Era el momento de tomar remedio para el vómito, al hacerlo me sentí más calmado, con más fuerzas y voluntad sobe mi cuerpo. Sólo entonces tuve el coraje de cenar frijoles.

Enviado originalmente el o2 de junio de 2oo8

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