Vivir de la lástima



Hay algo que siempre me ha llamado la atención en este mundo: los mendigos. Cada vez que veo a uno me comienzo a preguntar cuáles circunstancias llevaron a esas personas a comenzar a pedir, cómo llegaron a la conclusión de que no pueden hacer más nada por ellos, que no hay más trabajo que puedan realizar y que sólo pueden confiar en la buena voluntad de las personas que pasarán cerca.

Existen casos muy particulares, como el que pide cerca de donde yo trabajo. Es un señor como de cuarenta años que toma vacaciones durante las festividades y que siempre se sienta en un lugar sombrío, para que no le pegue el sol y le dañe la piel.
A este señor nunca le doy porque luce muy sano, no tiene nada que produzca lástima en mí. Además ese señor es rencoroso. A la milésima vez que no le di dinero me dijo "Te vas a venir matando" Ese día decidí que nunca le colaboraría, yo no soy una mala persona, solamente soy pichirre


También está el señor que pide todos los domingos en una esquina muy cerca de la casa de mi madre. El pobre se retuerce y camina torcido como si tuviera Mal de San Vito, en horario de oficina. A las seis de la tarde se endereza y se va caminando tranquilo porque el día de trabajo ya terminó.

Aunque el mendigo que más me ha llamado la atención fue uno que me conseguí hace casi tres años atrás. Yo estaba caminando hacia la parada de autobús para ir del trabajo a la casa cuando este personaje se me acercó y me preguntó "Oye, pana ¿no tienes unas monedas que me des?", como mi respuesta fue un "No", extendió su mano con una moneda de 50 bolívares al tiempo que decía "Toma, para que tengas una"


Enviado originalmente el o3 de marzo de 2oo9

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