Intenta tomar un taxi



Intenta tomar un taxi. Intenta tomar un taxi un día de cobro. Intenta tomar un taxi un día de cobro que sea viernes. Intenta tomar un taxi un día de cobro que sea viernes a las ocho de la noche. Difícil.
Pero no imposible. Ahora hay que agregarle el tipo de taxista que puedes tomar. Puede ser un chofer muy amable, de esos que van lento, con cuidado y siempre tienen un buen tema de conversación. Luego, hay que ser realistas: esos señores se van a dormir temprano.
Entonces quedan los demás taxistas, es decir, los que están apurados, tienen música a todo volumen, atropellan perros, se comen flechas y luces, gritan al hablar y te llevan pensando en todas las cosas que pudiste haber hecho en vida, pero que no las harás si no sobrevives el viaje.
Así, comienzan a llegar a tu mente todos los planes que hiciste. Te lamentas de aquella vez que peleaste con tu mamá sin necesidad, de no haber bailado tanto como quisiste, de no escribir el testamento y de dejar los platos sin lavar. Toda tu vida pasa en un segundo.
A continuación, el paisaje. Un viernes de noche la ciudad está iluminada, la luna brilla en todo su esplendor y las estrellas decoran el cielo. Eso es lo que se mira hacia arriba. Mientras en la tierra, el panorama de un viernes de cobro usualmente incluye hombres embriagándose hasta perder sus conciencias y mujeres emperifolladas (si alguna está parada en una esquina con un comportamiento sospechoso, peluca y tacones muy altos. Lo más seguro es que ella está trabajando)
Uno puede ver eso siempre que haya tráfico. Pero si no hay, entonces sólo podrás ver una mancha borrosa de lado y lado. Ese es el aspecto de la ciudad cuando se pasa volando por ella a 200 kilómetros por hora.
Mientras viajas a la velocidad de la luz, te preguntas si eso fue lo que sintió Superman al volar tan rápido y hacer que la Tierra girará en reversa. Un kilómetro más rápido y lucirás diez años menor.
Es hora de pagar la carrera. Es el momento de multiplicar la tarifa regular por tres, que es lo que se cobra normalmente un viernes de quincena a las ocho de la noche.
Cuando llegas al destino, tu cuerpo sale del carro como un corcho de una botella. Al bajarte, sientes deseos de besar el suelo en agradecimiento. Quizás jures nunca volver a tomar un servicio semejante. Sólo hay un detalle: sí lo harás, de regreso.


Posteado el 30 de mayo de 2oo9

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