Pelusso




La primera vez que vi a mi perro lo estaban vendiendo en una agropecuaria y me pareció una criatura muy tierna. Eso ocurrió en la mañana y ya en la noche era parte de la familia. Mi hermana lo bautizó Pelusso con dos s para que no fuera tan común.

Ese día comió helado conmigo y se durmió en mi pecho. Esos dos placeres los sigue disfrutando. Es increíble que casi ocho años después, cuando tiene sueño, me rasca la pierna y me pide dormir en mi pecho. Antes, se quedaba allí tranquilo. Ahora está más gordito y si me duermo yo también es seguro que termina en el piso.

Desde que él llegó me di cuenta que era muy afortunado, porque tengo al mejor perro del mundo. Mordía mis cuadernos y todo lo que se le atravesaba en el camino. Recuerdo que él tenía un demonio de Tazmania que terminó sin ojos, orejas ni nariz.

Ese muñeco deforme era su juguete favorito. Yo me ponía a jugar con Pelusso, le lanzaba el peluche y él me lo regresaba, lo volvía a lanzar y lo devolvía, lo volvía a lanzar y se molestaba, entonces se iba con su muñeco a otra parte.

Asimismo, cuando él era cachorro teníamos en casa una gata que estaba en sus últimos días, se llamaba Azabache, ellos resultaron muy amigos. La felina murió un día y decidí enterrarla en el patio de la casa. Para nada, porque Pelusso la desenterró y me llevó la cabeza a la cama. Aterrador y asqueroso, pero muy considerado de alguna manera.

Mi perro es el mejor perro del mundo porque ha crecido conmigo y hemos madurado juntos: él ya no muerde todo en su camino ni yo entierro cadáveres de animales en el patio. Él es el mejor porque me consiente como yo lo consiento. Todos los días me recibe como si yo fuera la mejor persona en este mundo y, si de algo estoy seguro, es de que no lo soy.
Enviado el o6 de junio de 2oo9

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