La boda de Mariana, antes de



En estos días, ocurrió la boda de mi amiga Mariana. Fue allí cuando certifiqué que la forma en que los hombres y las mujeres enfrentan un evento no es la misma.
Se supone que me encontraría con mis amigas para irnos todos juntos al evento. Debía llegar a las seis al punto de encuentro, así que me comencé a arreglar a las tres. Ya había escogido la ropa desde febrero, así que no habría rollo.
Me afeité al ras. A mí no me gustan las rasuradoras porque cortan, pero dejan una apariencia mejor que la de mi afeitadora eléctrica. Lo hice poquito a poquito, porque desde mis 22 dejé de usar esos aparatos infernales, me daba mucho miedo morir desangrado. Me imaginaba como, sin querer, no atinaba bien y me cortaba el cuello.
Pero no me corté y obtuve una suavidad en mi rostro que hace tiempo no tenía. Es muy agradable, pero no vale la pena pasar por esa tortura todas las mañanas. Pero prometo hacerlo la próxima vez que se case alguien (que espero no sea pronto)
Lo único malo es que sí: te queda la cara lisita, pero irritadita. Me eché una loción y cómo ardió.
Salí para llegar al encuentro con mis amistades. Me fui temprano por si acaso me perdía en el camino (lo que sucedió) Y aún así pude llegar unos minutos antes de lo pautado. Sólo para encontrarme a mis amigas maquillándose todavía.
Entonces, como sólo una de ellas estaba arreglando a las otras tres y estaba aburrido, comencé a lanzar comentarios como "¿Se supone que la cara le debe quedar así, morada?" Como ellas me conocen demasiado, no respondieron a mi súper chiste.
Pero fue en ese momento cuando detallé que el maquillaje para las mujeres es un ritual. Sin mencionar cómo mueven y tuercen el rostro para lograr el aspecto deseado. Es casi doloroso.
Abren los ojos de par en par, luego los cierran, chupan las mejillas, ponen los labios como un pez.
¡Y los pericueticos! Existen una variedad tan grande de esponjas y pinceles. Incluso hay unos que deberían clasificarse como brochas. También hay unas cosas que parecen hisopos, pero no lo son. Y mi amiga Marieli me explicaba la función de cada uno, mientras yo le seguía la corriente.
Además, tienen como doscientos polvos sólo para los ojos. Otros trescientos para las mejillas. Mil lápices para las pestañas y una infinidad de lápices de labios. Todos son, ante mis ojos, iguales. Pero para ellas uno es verde oliva, otro verde oliva oscuro y otro verde oliva claro. Se ponen el oscuro, luego el claro, luego arreglan el oscuro, para poner de nuevo el claro. Es un ciclo interminable.
Comenzaba a sentir pena por el género femenino. Pasan tanto tiempo en ese trajín. Yo el único sacrificio que hice fue afeitarme bien. Era como injusto. Así pensé durante un tiempo, hasta que noté unos bultos en mi cuello: vellos encarnados. Me había olvidado de lo que significaban. Suertudas mujeres. El único riesgo que corren es maquillarse como payasas.

Enviado el o5 de agosto de 2oo9

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