Hablando con el corazón



Estaba sentado solo en un banco esperando que me atendieran unos profesores, cuando una señora se sentó a mi lado. Su aspecto era de loca escapada de manicomio, pero uno nunca debe juzgar un libro por su portada. La señora tenía lomo y hojas (unas dos en el cabello), podía pasar por libro.

Me sonrío y saludó, como si nos conociéramos de toda la vida. Ya yo la había etiquetado de desquiciada, así que asentí con la cabeza en un acto de seguirle-la-corriente. De pronto, ella me dijo "Debo llamar a mi corazón"

Seguí sonriendo y asintiendo, como si me importara lo que dijera. No sabía si me iba a atacar en cualquier momento. Ella habló por teléfono con su corazón, que no resultó ser un órgano, sino más bien una persona completa. Cuando trancó la llamada, se volteó, me miró y confesó "Este corazón no me puede buscar, voy a tener que llamar a otro corazón"

Mientras ella discaba a su otro corazón, el mío se aceleraba. No había nadie cerca y si comenzaba a herirme, nadie me iba a rescatar. Así se cometen los crímenes y yo era la víctima perfecta. Después de un rato, expresó "Este corazón no me responde el teléfono" Yo no lo culpaba.

"¿Sabes qué debo hacer hora?", me preguntó. La respuesta más acertada era buscar un psiquiatra, pero continuó con su monólogo "Llamar a otro corazón" A este paso ya la señora me parecía un fenómeno: tenía tres corazones -al menos-, pero las vacas tienen ocho estómagos, así que todo puede suceder.

Llamó a su otro corazón, trancó y me dijo con toda la alegría del mundo "Este corazón me viene a buscar" Mientras hablaba, pude notar que estaba mudando los dientes. Le faltaban cuatro. Si has leído aquello de que las sonrisas son contagiosas, pues esta era la excepción de la regla.

La señora se fue finalmente, mientras yo seguía esperando. Quizás uno no deba juzgar a un libro por la portada, pero esa señora era humana -por lo menos eso creo-, así que no aplica.
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Posteado el 27 de septiembre de 2o11

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