Adiós, Pelusso


Un día estaba caminando y vi en una agropecuaria a un perro bellísimo. Era un cocker con la mirada más tierna posible. Le hice el comentario a mi hermana y ese mismo día mi familia me lo regaló. Apenas nos conocimos, ocurrió lo que llaman amor a primera vista. Luego comimos un helado Magnum y fue amor a primera comida compartida.

Sé que los perros no deben comer dulces. Pero era una excepción. Era bello, pero estaba algo flaco. Con un poco de amor y mucha comida, engordó rápido. Y era muy enérgico. Tanto, que hasta se comió parcialmente unos cuadernos que yo usaba en la universidad. Aunque pareciera horrible (así estaban y todos me lo decían), los seguía llevando a clases.

Con el tiempo, me dio un cachorro: Máximo. A pesar de que al principio no se llevaban bien (y eran padre e hijo), pronto se hicieron compañeros. Peleaban de vez en cuando, pero no podían estar uno sin el otro.

Todos los días comenzábamos paseando, luego cada cual desayunaba. Al mediodía comíamos y nos sentábamos a ver televisión en las noches. En ocasiones, escuchábamos música. Y le gustaba mucho Laura Pausini (tampoco tenía mucha escapatoria, pues siempre pongo sus canciones)

Crecimos juntos. Al principio éramos cachorros e inmaduros, pero después nos convertimos en adultos sofisticados y responsables. Vivimos una mudanza y dos carreras universitarias. Además de un sinfín de empleos. Estuvo conmigo desde mi primer trabajo hasta que logré tener un negocio propio.

El 8 de agosto de 2013 tuvo que partir. Fueron doce hermosos años juntos, cuidándonos mutuamente. No voy a negar que duele mucho, pero sé que él me dedicó no sólo su amor, sino algo más grande: toda su vida.

Adiós, Pelusso.
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Publicado el 11 de agosto de 2o13

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