Diario de una Miss



Hoy tuve mi primer día en la clase de oratoria. Nunca me imaginé que podía aprender tanto. Eso del arte de decir la hora va más allá de lo que pensaba antes. También me enseñaron como decir la fecha.

Al final nos pidieron que leyéramos el periódico. Mañana nos va a preguntar sobre inflación. Y sobre esos temas de salud, yo voy a opinar sobre la manera en que se está inflando la profe. Es cierto que nos hace ver más delgadas, pero todos saben que mujer gorda no consigue marido.

Ni que decir de la clase de pasarela. Cada día desfilo mejor con mis tacones. Todavía no sé cómo mi caminar logrará salvar a los niños de la hambruna mundial, pero por ahí debe comenzarse. Es decir, el señor Osmel debe tener una agenda secreta al respecto.

Durante la hora del almuerzo, todas las concusantes estuvimos discutiendo la dieta que no están imponiendo. Eso de atún y galleta de soda todos los días no puede ser sano. A este paso, vamos a terminar hechas unas vacas con esa cantidad de calorías. Que escojan uno de los dos platos.

También estuvimos practicando como llorar al ponernos la corona. Hay unas que se llevan las manos a la boca, lo que le da un toque más dramático. Lo más difícil es eso de saludar y lanzar besos al mismo tiempo. Es casi como eso de caminar entaconada y mascar chicle al mismo tiempo.

Lo único que me ha estado molestando últimamente es que todas ellas piensan que soy sólo una cara bonita. O sea, por el amor a Lancôme. Soy mucho más que eso: también tengo buen cuerpo.
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Publicado el 12 de octubre de 2o11